Una noche cualquiera salimos de la realidad y nos adentramos en un mundo hecho a medida de nuestros deseos, si poder controlarlos. Y a la mañana siguiente esas sensaciones, esos deseos condicionan nuestro despertar.
Pero hay momentos en los que realidad se confunde con los sueños, realmente estemos soñando despiertos, realmente la realidad no es la realidad real, sino tu realidad. Sino, ¿puede ser realmente algo tan perfecto?.
En otros momentos, recordamos esos momentos oníricos que sentimos estando despiertos y aun despiertos podemos recordar cada sensación, el brillo de cada estrella, el tacto, el olor, el viento en la cara. Y aunque es realmente por una fracción de segundo sientes ese instante que ¿fue real?.
Sin embargo, la vida no son los recuerdos, es el ahora. Pero ahora sabes que la noche no tiene estrellas, que no hay más ruido que el tic-tac del relog. Pero codicias lo que pasa por tu mente codicias ver las estrellas de nuevo, y escribiendo sobre aquel sueño lo intentas invocar.
En otros momentos, no te conformas con lo que fue, y quieres que las cosas sean. Y luchas e inviertes tu energia y tiempo en que tus sueños se hagan realidad.
En otros instantes las preocupaciones se disipan y tan solo te dejas llevar por la corriente que te arrastra hasta que otro sueño te atrapa.
Pero de toda nuestra existencia en esta minúscula mota de polvo que llamamos planeta Tierra, ¿que verdaderamente importa?.
Dormimos todos los días con nuestra Sherezade particular, que cada noche nos cuenta un cuento y nunca lo consigue acabar. Así los sueños nos atrapan de día y de noche. Nos seducen en sueños, nos hacen intuir que hay debajo de ese vestido blanco, casi semitransparente pero nunca mostrando el final.
Por que que mejor final que el que no exista final.
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